Comentario
Capítulo LXXXVI
De Pachacuti hijo de Manco Capac y de una fábula que de él se cuentaPor haber tratado particularmente de todos los Yngas que en este Reino fueron señores, y haber seguido en ello, con el mayor cuidado que ha sido posible, la verdad y la relación más cierta que de la mucha variedad y distintas razones que los indios viejos, con sus quipos y memorias, me han dado y he colegido, me ha parecido no ser fuera de la historia, ni ajeno de mi principal intento, hacer mención y recuerdo de algunos hijos de los Yngas, los cuales aunque no le sucedieron en los estados por haber otros mayores en edad que se les preferían, fueron valerosos y se señalaron en las guerras y conquistas que el Ynga hacía, siendo capitanes de sus ejércitos, de los cuales los indios aun el día de hoy hacen memoria, contando y refiriendo algunas cosas dignas de saberse y que ellos entre sí las celebran, con no menos gusto y contento que los de sus Reyes.
Príncipes, entre otros, el primero fue Pachacuti, hijo de Manco Capac, el Rey que dio orden y principio a esta monarquía. Deste refieren que fue valeroso y temido, y que ayudó a su padre a la conquista de toda la redonda del Cuzco, y que se hizo llamar Señor y que se preció más de cruel que de valiente. Dicen los indios que en su tiempo, habiendo sucedido una continua lluvia por un mes entero, que de día y de noche no cesó, espantados los moradores del Cuzco y temerosos, dijeron que la tierra se quería volver y destruir, que ellos en su lengua llaman Pachacuti. Y en esta ocasión dicen, apareció en lo alto del Cuzco, en el asiento llamado Chetaca y por otro nombre Sapi, una persona vestida de colorado, de grandísima estatura, con una trompeta en la una mano y en la otra un bordón, y que habiendo venido por el agua hasta Pizac, cuatro leguas del Cuzco, este Pachacuti le salió al camino y allí le rogó no tocase la trompeta, porque se temían los indios que si la tocaba se había de volver la tierra, y que a ruego de Pachacuti y conformándose con él, y. trabando gran amistad, no tocó la trompeta que había de ser su destrucción, y así salvaron el peligro que les amenazaba. Y al cabo de algunos días que esto pasó se volvió piedra, y por esto le llamaron Pachacuti, teniendo de antes por nombre Ynga Yupanqui. Fue temido de los enemigos por su mucha crueldad, y de los suyos por los castigos que en ellos hacía con pequeña ocasión. Y por las victorias que con él alcanzaron le tuvieron en veneración y extremo de amor, y le dieron título de supremo capitán, y le ofrecían grandes y ricos presentes, de la manera que si fuera el Ynga y Rey.
Fue hijo de este Pachacuti Cusi Huana Churi, y por otro nombre llamado Manco Ynga. Este, siguiendo las pisadas y condición del padre, se acomodó a la guerra con los suyos, siendo entre ellos franco y magnífico, y con los enemigos soberbio robador y mal acondicionado. A este Cusi Huana Churi atribuyen algunos indios haber dado principio al horadarse las orejas, a causa de habérselas él horadado en cierta guerra que contra su padre tuvo, de donde vinieron todos sus descendientes a seguirle en ello, imitándole, aunque algunos tienen por opinión que Manco Capac, el primer Ynga, fue el inventor de esto. Puede ser que lo sea, que en ello hay variedad entre los indios, pero de cualquiera suerte que haya sido, entre ellos es señal infalible de nobleza y autoridad, y de ser caballeros de casta real y descendientes de los yngas. Tuvo por costumbre este Cusi Huana Churi, cada vez que bebía, brindar al sol hincado de rodillas, y pedirle beneplácito y licencia para beber con su bendición. Esta ceremonia usó toda su vida todos los días al salir del sol, y así le siguieron los de su casa. Fue casado con una ñusta, prima suya, en la cual, y en otras muchas mujeres que tuvo conforme a su usanza, engendró tantos hijos que se cree fueron más de ciento, de cuyos nombres, aunque se tuviera noticia, no se pusieran por evitar prolijidad. Dicen se casaron en el Cuzco con unas ñustas llamadas yumacas, que eran señoras principales, cada una de las cuales daban cien y cincuenta indias de servicio, que eran de las que el Cusi Huana Churi traía de la guerra cautivas, con otros indios prisioneros que había vencido.